No me llames por mi nombre, échalo a un lado como haces conmigo cuando te das la vuelta satisfecho después de haberme follado el rato que has querido.
Me llenas mil veces de tí, me inundas, me acuchillas, me empalas, me atraviesas el coño hasta mi entraña más profunda. Y a cada embestida tuya yo me vacío de mí misma, cada vez un poco más. Ya ni rastro queda de aquella que llegó a tí confiada y desnuda, prendida al calor que desprendías como si fuese lo único bueno que quedase sobre la faz de este cementerio. Qué equivocada estaba, que tarde me dí cuenta, ni tan siquiera ahora quiero creerlo del todo. Yo que valía imperios, cuan bajo precio me fijé, que barata me compraste, te salí incluso mejor que regalada.
Vienes cuando quieres, te marchas cuando gustas. Entremedias... me desfloras entre el barro de los posos de mi alma marchita. Me dejas muy puta cuando cierras la puerta, y me encuentras de nuevo vírgen a tu vuelta. Mi sonrisa ya es carmín de compostura, preparado con rutina y maquillaje que disfraza una ilusión que se va muriendo cada día un poco más entre tu esperma.
Cabalgas mi cuerpo esos diez minutos que te dura el interés . Usas mi piel desangrando mi carne, haciendo polvo mis huesos y desintegrando mi dignidad. Apenas queda nada de ella y de mí. Me pudro en los vaivenes de tu goce sin que a tí te importe un bledo. Cualquier día, mientras finjo orgasmos y sonrisas, en el momento en que tu semen y tus ego resbalan sobre este coño sin vida, me romperé en mil pedazos anónimos. Porque aunque tú lo goces gritándolo mil veces, yo ya hace cien vidas que no recuerdo mi nombre.